De farra...
Estuve de fiesta, de farra, de parranda... Y lo pongo con puntos suspensivos porque para mi esposo y para mí, junto con casi todas las personas introvertidas, esto es toda una verdadera hazaña. No es que yo tenga algún escrúpulo con el alcohol, o con ir a bailar, o con trasnochar. A mí me encanta en especial la parte de bailar, y esta fue la primera fiesta a la que íbamos como esposos, lo cuál la hacía más emocionante. No obstante, llevábamos cerca de 2 años sin ir a una. La de nuestra boda no cuenta porque siendo los novios no es la mismo, uno a duras penas come por andar tomándose fotos con cada mesa y hablando por turnos con cada invitado.
Nuestra reciente experiencia la puedo dividir en tres secciones, y voy a narrar cada una con el carácter de crónica de batalla, porque así se sintió.
Todo comenzó cuando llegamos al bar/rumbeadero, ya ni sé cómo se llaman. La mayoría de personas en la fila se me hicieron muy jóvenes, y vestían de un modo que me dijo que ya se trata de una generación distinta a la mía, a pesar de que muchas de las chicas, como siempre, iban semi desnudas; eso no ha cambiado. Nos encontramos con la amiga que nos había invitado y fuimos a comer primero, para que no nos sentara mal el trago. Fuimos los primeros en llegar porque así de nerds somos para todo: llegando puntuales a una farra... Fue maravilloso ver a mi amiga, y sencillo charlar con ella, pero a medida que fueron llegando otros amigos que yo no conocía, la cosa fue tornándose angustiosa. Con mi esposo no supimos cómo involucrarnos con el resto del grupo, hasta que yo sentí que nuestro esfuerzo era más odioso que apreciado. Yo no sabía de qué hablar, qué tema poner, y no se escuchaba nada por el volumen de la música, lo cuál frustraba mi intención porque no quería tener que gritar.
Frustrada y con vergüenza entré en la segunda parte de la noche: bailar. Entramos a "la pista", pero yo estaba petrificada. Me encanta bailar, siempre me ha gustado, así casi siempre haga el ridículo. Por lo general hago el payaso a propósito, pero esta vez sí quería dar una buena impresión. Menos mal empezó a fluir el licor: nuestra mesa había pedido ron y tequila, y nosotros habíamos tomado cerveza con la comida. Tras el primer vaso de ron, mi esposo y yo buscamos un rincón para bailar para que nadie nos viera y se burlara. Los vasos no pararon de llegar nunca, y a cada vaso, más relajados estábamos y empezó ese estado que yo amo en el que ambos decidimos desligarnos de las "coreografías" estándar para el reggaeton o la champeta, y empezamos a improvisar locuras. Creo que yo que al compás de un dancehall bailamos polka, y una electrónica la bailamos con un estilo más bien tribal.
Éramos muy felices, tanto que el grupo en el que estábamos comenzó a acogernos. Al parecer todo el mundo nos podía ver, y ellos estaban enternecidos con lo lindos que nos vemos como pareja. Entonces llegó la fatídica tercera parte de la historia. Yo creo que el lector puede adivinar...
Mi esposo estaba llegando a la inconsciencia y yo estaba muy mareada, pues nunca en la vida habíamos bebido tanto. Nos tuvimos que ir muy rápido, porque me estaba poniendo enferma. La escena debió ser divertida pero deplorable: Mi esposo borracho buscando las monedas que había botado en el piso del taxi, y yo en la portería del edificio en que vivimos contra el suelo enferma, haciendo lo que los enfermos de resaca hacen. Al día siguiente estábamos vueltos nada. A mí el estómago no me recibía bocado, y mi esposo estaba medio desmayado. Tuvimos que llamar a mis papás para que nos trajeran medicamentos y suero fisiológico para tomar, y cualquier buen recuerdo no justificaba el horror de nuestros males.
Dos días después, cuando ya me sentí normal de nuevo, sentí que había estado al borde de la muerte y había sobrevivido. Sé que es exagerado, pero así me sentía. No puedo decir que no entiendo cómo alguien puede beber en exceso con frecuencia, porque sin el alcohol no habría disfrutado tanto, sobretodo después del fracaso social durante la cena. Sin embargo, aprendí que no puedo confiar en que si se me va la mano es impunemente, y doy gracias a Dios por eso. Aún así, me queda el anhelo de que quisiera ser como la gente normal, que sólo disfruta y vive los momentos, sin mucha cabeza...
Pero bueno, no todo puede ser para uno, ni todos para lo mismo.
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