Un día bien aprovechado

Mi esposo y yo nos vemos todos los días, ciertamente... Vivimos en el mismo apartamento. No obstante, él trabaja de lunes a viernes todo el día, y en las mañanas corremos para alistarnos y preparar el almuerzo que se lleva a la oficina, y en las noches cenamos y luego vamos a dormir, pues los días son largos para ambos. Los sábados yo trabajo toda la mañana, y el resto del sábado no hemos podido aprovecharlo muy bien, pues desde que nos casamos, hace exactamente un mes, siempre hay algo que hacer que nos ocupa la tarde del sábado y todo el domingo. 

El primer domingo de casados nos levantamos casi al mediodía, porque la boda había sido la noche anterior; e inevitablemente teníamos que ir a comprar algunos utensilios que no nos habían regalado pero que necesitábamos para la vida cotidiana. Otro domingo fue dedicado por completo a hacer mercado, pues se nos ocurrió distribuir nuestras compras en distintos almacenes para buscar calidad y favorecer nuestra economía, y por eso estuvimos paseando el día entero por todo el sector, recorriéndonos tres barrios a pie. Los espacios que quedaron los fines de semana fueron llenados por cenas y reuniones familiares, y no habíamos tenido ni un solo domingo tranquilo. 

Ayer fue nuestra primera oportunidad de vivir un domingo ordinario como pareja. Teníamos dos reuniones familiares en la tarde, pero decidimos aprovechar el tiempo levantándonos temprano. Fuimos a Misa a primera hora ya vestidos y arreglados, y luego volvimos al apartamento a desayunar. Ordenar y limpiar la cocina y la habitación nos tomó una media hora porque fue entre los dos, y luego nos sentamos en la sala a leer un libro que nos empezamos a leer la semana pasada. Así es, somos tan ñoños, anticuados y aburridos que disfrutamos enormemente escuchar al otro leer, de esta forma leemos libros que nos interesan a los dos juntos y al tiempo. 

Había una caja sin desempacar aún, así que después de leer,  le dimos un lugar a todo, cosa por cosa, así ese lugar fuera la caneca de basura. Eran divertidas y asombrosas las historias que salían de objetos que podían ser tan viejos como nosotros mismos, de la infancia, de la adolescencia o de hace unos años tal vez... De cuando nos conocíamos y de cuando aún no. Después nos dispusimos a preparar el almuerzo y a arreglar la sala y el comedor conversando como cuando éramos novios, de los temas que nos gusta discutir, como si nada fuera diferente. Mal síntoma si se sintiera diferente... Sentí que somos exactamente las mismas personas de antes del matrimonio, la misma profundísima amistad, la misma admiración, sólo que ahora vivimos juntos, y por ello se siente de lo más natural. No teníamos ninguna pretensión antes, ni la tenemos ahora, somos honesta y transparentemente lo que sabemos que somos. 

Almorzamos con mucho gusto, nos alistamos, y nos encaminamos a nuestras reuniones. Yo estaba muy feliz, y no acertaba a adivinar el porqué exacto. No hicimos nada romántico, nada del estilo de estar pegados todo el día diciéndonos que nos amamos, no nos dimos regalos tampoco ni comimos postre o un menú especial. Ahora pienso que aquella mañana de ayer fue el retrato de la razón por la que nos casamos: Fuimos auténticamente fieles a nosotros, compartimos un día en que dimos contento a nuestros ñoños corazones, sincronizados perfectamente, compartiendo los mismos intereses, cuidando con el mismo cariño nuestro espacio, nuestras cosas y el uno al otro. 

Nuestro mayor tesoro es la compañía del otro, así sea en la actividad más insignificante. 


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