La crisis, la risa

No puedo decir que este año haya comenzado muy bien para mí, no hay siquiera un aspecto en el que haya empezado mejor que antes, estable o "triunfando". No estoy exagerando, y para que el lector se haga una imagen voy a lanzar frases a grandes rasgos: pelea con mi familia, pelea con mi prometido, dudas, tentaciones, falta de empleo, pérdida de la única seguridad financiera y profesional que tenía, etc. 

Sin embargo, nunca había crecido tanto ni había visto con tanta claridad los obstáculos que se me han presentado, y que a lo largo de mi vida han sido los mismos. Me he re-conocido, y he buscado las herramientas para superar esta crisis. Sobretodo he buscado la compañía y el apoyo de amigos, amigos de toda la vida, que no importa cuánto cambiemos y qué tan diferentes nos volvamos, siempre nos tendremos ese amor incondicional.

Algún otro día reflexionaré más acerca de la amistad. Hoy me gustaría hablar de la risa, la jocosidad, las cosquillas. Me empecé a leer Don Quijote por primera vez, porque de verdad que es una deuda que tenía con mi identidad hispánica, y bueno... No he llegado al libro por leerme un par de estudios previos que algunos académicos escribieron y que están incluidos en la edición que hay en mi casa. No obstante, he aprendido mucho acerca de Miguel de Cervantes, el ilustre e hidalgo escritor, y nunca se me habría ocurrido que su misma vida estuvo tan plagada de peripecias, y por lo tanto males y desgracias. Basta con decir que concibió la idea de Don Quijote estando preso, una de las tantas veces que lo estuvo. Me llamó la atención que pudiera dar a luz una novela tan ingeniosa y humorística, de tintes tan alegres, a pesar de su vida tan en parte desgraciada. 

Luego, el Domingo, viví en carne propia algo que en su pequeñez resume esa situación: Mi prometido y yo nos estábamos devolviendo a la casa a pie, cuando nos agarró una de esas lluvias iracundas y maravillosas de los trópicos, una tormenta como pocas. El paraguas fue inútil por la furia de los vientos, y los goterones eran tan grandes que penetraban la ropa hasta la piel uno por uno. La calles estaban inundadas, la lluvia era densa y no se veía nada, teníamos la cara mojada y yo sentía que me estaba ahogando en un río. De repente empezó también a granizar. No había ningún lugar cerca para resguardarnos, y de ver cómo empeoraba el asunto nos atacamos a reír. De verdad que el absurdo me hacía reír hasta perder el aliento, me divertía enormemente. Llegué a mi casa empapada hasta la ropa interior, pero de muy buen humor, y con el cuerpo relajado. No me lo explicaba. Un momento angustioso e incómodo se había convertido en un recuerdo muy alegre y anecdótico. 

He reflexionado que así han sido estos tres meses de crisis aguda en compañía de mis amigos. Ellos me han hecho reír mucho de lo que me pasa, y en los males que hemos compartido, nos hemos acompañado entre risas. No sería más valioso para mí si la Providencia me enviara amigos sabios o días soleados. Me encanta reírme, cuando veo series o televisión me gusta ver comedias, y entre más ingenioso y menos bajo el humor, mejor, porque lo vulgar no me da mucha risa que digamos. Bueno... Acepto que a veces sí me gusta. Siempre he sido así, y quisiera ser más graciosa, quisiera ser ingeniosa como Cervantes o G.K. Chesterton. 

Reírme de mi crisis con mis amigos, le quita peso al dolor y me renueva el entusiasmo de seguir; le da a cada momento doloroso ese tono anecdótico que otorga al episodio el verdadero valor que tiene. Dice Aristóteles en su Poética que en la comedia los caracteres se representan peor de lo que en realidad son, porque sólo cuando nuestra miseria humana cotidiana se lleva al absurdo, entendemos el verdadero tamaño de las cosas, es decir muy pequeño. Al fin y al cabo la vida está llena de miserias por las cuales uno llora un rato, y luego se ríe durante toda la vida. 


Comentarios

Entradas populares