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Escribí una entrada hace poco sobre la preparación para el matrimonio que nos hemos procurado mi prometido y yo en estos dos años que llevamos de compromiso. En caso de que alguien se lo preguntara, la principal razón por la que llevamos dos años de compromiso es que no tenemos trabajo y por lo tanto no tendríamos dónde vivir ni cómo mantenernos, sin embargo hay una situación aún más delicada involucrada, que si bien no nos impediría casarnos, hace de nuestros planes una carga más pesada de lo que debería ser. A continuación la describiré como parte de esta historia de amor y constante conversión.
Yo vengo de una familia de tres hijas y papás que siguen juntos y están cerca de cumplir 30 años de casados. Mi prometido viene de una familia de cinco hijos, y papás en la misma situación, aún más cerca que los míos de cumplir 30 años de casados. Hay muchas similitudes entre nuestras infancias y adolescencias, rodeados de hermanos, y con los gajes típicos de las familias que son llamadas "grandes" hoy en día. Somos de la misma clase social y económica y todo se parece mucho en general. No obstante hay diferencias cruciales y sustanciales, como que mi mamá ha trabajado tiempo completo toda la vida, y mi suegra siempre ha sido ama de casa; y que mis papás son más laxos y relajados que mis suegros, que jamás me habrían permitido estudiar música como carrera profesional. Estas diferencias son manejables entre nosotros, pero los resultados que representamos molestan a cada una de nuestras familias, molestando yo a mis suegros, y mi prometido a mis papás.
Al principio eran mis papás los que no comprendían ni soportaban la sequedad y sana indiferencia de mi prometido, actitudes de las que él no se daba cuenta; y en general la intransigencia que él tiene con sus principios, porque a mi familia le gusta estar a la moda y prefiere estar de acuerdo con la mayoría que defender unos principios. Tengo entendido que a mis suegros les molestaba que yo no tenía mucho conocimiento de las labores domésticas, y que no sabía hacer cosas básicas que ya aprendí cuando viví por mi cuenta el año pasado en el extranjero. También les parecía que yo era muy "alternativa" y poco convencional por mi forma de vestir y por mi profesión. Ninguna de estas situaciones era tan grave como lo que vendría cuando vivimos en el extranjero, algo que marcaría una nueva dinámica e implicaría una cruz que no veíamos venir de ninguna manera.
Cuando viajamos al extranjero, que vivíamos en ciudades diferentes, se hicieron muy evidentes las formas de ser de nuestras familias: Mi familia me dejó más libertad y nos comunicábamos más esporádicamente, mientras que mis suegros trataban de hablar lo más posible con mi prometido, y también conmigo. Para mí esto era extraño, pero no incómodo.
El año transcurrió con no pocas dificultades, sobretodo económicas, porque el dinero no nos iba a alcanzar y no conseguimos trabajo. Nuestras familias estuvieron muy preocupadas por nosotros, y mientras la mía estuvo de acuerdo con que nos devolvieramos cuando se nos vencía el contrato del alojamiento, mi suegra no estuvo de acuerdo, y nos cuestionó hasta que vio que estábamos resueltos. Sin embargo pretendió que su voluntad se hiciera por encima de nuestra decisión, cambiando sin decirnos la fecha de nuestros vuelos. Cuando nos enteramos, y con todo el estrés y la adrenalina acorde a las circunstancias, cada quien por su lado le escribió un reclamo a mi suegra. Ella no reaccionó bien, y del reclamo se derivaron consecuencias que a la larga no fueron muy racionales ni relacionadas con el problema original, como que me quedó prohibida la entrada a la casa de mi prometido, y a él también si seguía en una relación conmigo.
Que mi suegra se hubiera puesto furiosa y nos dejara de molestar, nos trajo a la larga un poco de más de tranquilidad y libertad para nuestros últimos meses en el extranjero, pero cuando volvimos, hace un año exacto, nos esperaba un pequeño y ardiente infierno. Al volver encontramos a muchos amigos con percepciones terribles y erradas de mí, y muchas nuevas personas con las que cuales debíamos construir una amistad basada en una imagen de mí que tenía que probar que no era cierta, era una carga apenas soportable y muy dolorosa. Mi prometido no volvió a su casa, vivió tres meses en otros lugares. Mi familia no daba un peso por nosotros como pareja, porque yo le estaba apostando a "una vida de sufrimientos innecesarios con esos suegros". Al cabo de un par de meses, él volvió a hablar con su familia, y yo le pedí perdón a su mamá en un acto dificilísimo de humildad. Las cosas estuvieron mejor durante tal vez... una semana. Después me dí cuenta de que no era bienvenida aún, pues a lo mejor habían perdonado, pero no olvidado.
El tiempo ha sido nuestro único cómplice, el cual nos ayuda a demostrar que no nos rendimos, y que a pesar de las circunstancias adversas, sabemos con certeza que somos el uno para el otro. Hoy en día ni me acerco a donde vive mi prometido, es él quien me visita, situación que es tensa aquí también, pero cada vez menos. Mis suegros no me dirijen la palabra, y a mí me aterrorizan, la verdad. Sé lo que piensan de mí, he sabido cómo lo expresan, y mientras que a mí me retienen el miedo y el dolor, sé que a ellos los retiene el desprecio.
Cuando llegue el día en que podamos casarnos, algo tendrá que hacerse para acabar la enemistad. Se trata de una situación tan delicada que me parece que lo único que se puede hacer ahora es esperar la oportunidad en una circunstancia que favorezca que entre todos nos veamos con mejores ojos.
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