VIII

Hace poco hicimos con Beorn una amiga algo menor que nosotros en edad. Ella estudió la misma carrera que Beorn, y ahora trabajan juntos. Nos hemos unido mucho en muy poco tiempo, por eso el otro día hubo suficiente confianza como para que ella nos preguntara nuestra historia.

¡Cierto! La historia que empecé a contar hace dos años en este blog... Así pues, continuaré. 

Yo sabía en mi corazón, después de conocer a Beorn, que el sería mi esposo, el amor de mi vida. Sin embargo, al conocerlo mejor me había dado cuenta de que la cosa no era tan sencilla, y de que teníamos muchas diferencias que reconciliar. Habían pasado dos meses de amistad entre los dos, en los que nos habíamos visto casi todos los días. Beorn había venido a visitarme para conversar, a pesar de que era tarde en la noche, pero había algo era diferente en él, estaba relajado y sonriente, sin pretensiones. Conversamos un largo rato, hasta que la hora nos obligó a parar.

Desde aquel momento él parecía más holgado y liviano por alguna razón que yo desconocía, por lo que aproveché para tocar temas que él no había querido hablar antes. Uno de estos temas era la explicación de un pseudónimo de su uso frecuente. Un día, no lejano al que acabé de describir, se decidió a contarme: el pseudónimo era el nombre del protagonista de una novela en la que estaba trabajando desde que era adolescente. Procedió entonces a contarme lo que llevaba de historia.

La historia era impresionante, pero más que por eso, el corazón se me iba a estallar de la emoción de conocer a alguien tan creativo y con tanta profundidad. Él era como un sueño, era la persona que jamás conocería; era en cierto modo mi reflejo, el único hombre que abrazaría mi propia creatividad y profundidad porque él también las poseía. Si había tenido dudas acerca de él por sus defectos, por nuestros desacuerdos y choques, todo se había desvanecido mientras lo escuchaba y solo quedaba la certeza otra vez, más fuerte que al principio. 

Cuando terminó de hablar y llegó la hora de despedirnos, traté de robarle un beso en la boca, pero como no fui correspondida en el instante, me sentí muy mal y de prisa entré a mi casa, emocionada como nunca. Lo miré a él por última vez y estaba pasmado, aún no se le quitaba el susto. 

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