Cuando no encontré más consuelo en Netflix...
Ser santo en el siglo XXI puede parecer imposible, es de lo primero con lo que me he tropezado en este proceso de conversión, y he comenzado a librar pequeñas batallas, incluso desde mi casa.
Nací en una familia vanguardista, ya éramos post-modernos hace 10 años. Mi mamá, siendo de formación católica y tradicional, decidió casarse con un hombre que venía de un hogar roto tras infidelidad y separación, con ideas muy originales acerca de la vida. Ambos han tenido gran impacto en la crianza de mis hermanas y yo desde sus posturas radicalmente diferentes.
Somos tres hermanas y yo soy la primera, la mayor. Mis papás siempre han trabajado. Mi mamá se tomó las licencias de maternidad, supongo; de resto mi infancia transcurrió teniendo que verla partir a trabajar en las mañanas y llegar en las tardes. A veces incluso debe irse a trabajar el turno de la noche, pues es médico.
Mi papá, dicen que para cubrir sus heridas, es bastante hedonista. En mi casa la comida siempre ha sido como un eje en torno al cual nuestras vidas giran. Además, siempre se escuchó mucha música y se vieron muchas películas, el cine y la música son otros ejes. Mis papás no tienen postura política en particular: mi papá piensa que lo que hay que hacer es disfrutar de los placeres del mundo mientras se está aquí, y mi mamá trata de realizarse como cristiana católica a la vez que se realiza profesionalmente y como persona.
Ya he comentado antes que mi adolescencia no fue nada fácil, y la ausencia de mi mamá, incluso la ausencia de apoyo cuando sí estaba, dejaron una profunda marca en mi. Primero intenté llamar su atención llorando y rompiendo cosas, como una niña pequeña, hasta que me enviaron a terapia psicológica y psiquiátrica y me convencí de que lo que pasaba es que había algo malo conmigo. Me sentía en constante error. Desde entonces no me he sentido completamente cómoda en mi casa.
A pesar de no identificarme por completo con ninguno de mis dos papás, me acerqué a la Iglesia Católica, pero no me salvé de poner la música, el cine y la comida en un lugar importante.
Mencioné en las primeras entradas de este blog que hace dos años estuve muy enferma, justo antes de entrar al Taller. Mi enfermedad consistía en una dermatitis esparcida por cada rincón de mi cuerpo que se me había sobreinfectado. Sufría de constante frío, escozor y picor, además de que siempre había alguna herida abierta en alguna parte. No podía conciliar el sueño fácilmente en las noches. Lo único que me permitía dormir era poner el computador al lado de la almohada con alguna película de Netflix (no tengo televisor en mi cuarto). Por fin, sin darme cuenta, me quedaba dormida.
Después de hacer el Taller de Oración y Vida, esto no fue necesario porque no sólo me curé sino que estaba en paz casi todo el tiempo. Me acostaba a dormir bastante feliz y descansaba bien. Sin embargo, desde que me comprometí con Cristo definitivamente, he sufrido la prueba de la sequedad en las noches. Siento sequedad y me agarra un miedo extraño que no se justifica en cuanto apago la luz. De niña no me pasaba pero si me vino a pasar de grande.
Tuve que volver a mi viejo hábito de acostarme a dormir viendo alguna película ligera hollywoodense, pues cada vez soporto menos la maldad, y en la mayoría de películas encuentro maldad o vacío. Hay una minoría de cine rescatable que reservo para ver con mi novio, no sólo de películas sino de series, pero para dormir tenía que escoger material "desechable", pues me iba a quedar dormida a la mitad.
Sin embargo, Dios ha tenido misericordia y lo he vuelto a encontrar en las noches, así que me he arrodillado ante la Cruz de mi pared a orar justo antes de irme a dormir. Hace unos días no necesité poner película: buscaba y nada me gustaba, todo era malvado o bueno y digno de ver con mi novio. Era tarde y sabía que iba a dormir unas pocas horas porque el día siguiente tenía que madrugar, así que decidí no perder más tiempo. Me quedé dormida apenas puse la cabeza en la almohada, pero dormí muy poco.
Tuve una horrible pesadilla, quizá la peor de toda mi vida hasta ahora, y me desperté sudando a orar con todas mis fuerzas, poniendo especial empeño en convencer a la Virgencita de que me sacara de esa angustia tan grande, pero apenas cerraba mis ojos volvía al sueño. Insistí hasta que tras rezar un Salve, pude dormir otra vez, pero poco después sonó el despertador.
Nunca había estado tan agradecida de que el día comenzara, y lo primero que haría al subirme al bus sería dedicarle un Rosario y a mi amada Madre del Cielo. Siento en mi corazón que alguien (el maligno) se llevó una pésima sorpresa y rabió provocándome aquella pesadilla al ver que en el mundo ya no encuentro consuelo, he descubierto que es un falso consuelo, una ilusión.
En estos días me he acostado más tranquila cada vez, rogando a Dios que se encargue de mi descanso. Mis ejes se han ido desbaratando: Primero fue la música, como comenté hace unas entradas, y ahora es el cine. Jesucristo va subiendo en mi escala. La comida... Bueno, ya veremos qué pasa. El problema es que cada vez estoy más lejos de mi familia, son como extraños para mi, y yo estoy de nuevo en el error para ellos. Lo poco que nos unía se cae.
Mientras su desprecio se me clava en el corazón, sobretodo el desprecio hacia Cristo, trato de quejarme menos a sus espaldas y de orar más por ellos. A mi mamá poco a poco le he ido entrando de nuevo, y podríamos ser compañía y apoyo la una para la otra, pero con mis hermanas y mi papá el proceso va para más largo.
En las manos de Dios queda el mover sus corazones.
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